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Actualizado: 1 abr 2020

Tres frases célebres de Vitali Bianki que llegan al fondo del alma

Todos los grandes hombres siempre han vivido obsesionados por sus ideas.

Tomemos como ejemplo a Vitali Bianki: dedicó toda su vida a cantar a la naturaleza. Sentía tanta admiración por los paisajes que parecía estar gritando a todo el mundo:

“Miren qué bella es la luna, cómo brilla el sol, ¿es que acaso no ven este exuberante follaje?”.

Anotó una vez en su diario: “Dentro de mí vive una gran fuerza vital, y todo lo bueno que tengo nace de esta fuerza. Bendita sea esta fuerza en mí, en toda la gente, en los pájaros, flores y árboles, en la tierra y en el agua”.

Bianki vivió 65 años y nos dejó un legado de 120 libros sobre la flora y la fauna de su país natal. Sus obras son un excelente material para leer, educar y enseñar a los niños, sobre todo, hoy en día cuando la humanidad se encuentra al borde de un desastre ecológico.

A menudo iba como invitado a los colegios para leer sus historias y observar la reacción de sus pequeños oyentes y lectores. No sólo les ilustraba y descubría los misterios de la naturaleza, también los educaba, enseñando a ser solidarios, y sobre todo, cultivando en ellos el amor a su tierra, porque los que aman y conocen los tesoros de su país de origen nunca permitirán que se destruya.

Estas son tres de sus frases célebres:

Del amor y apego

¡Qué bien te sientes cuando creen en ti y esperan de ti sólo algo bueno! Sobre todo, si el que cree en ti es un ser indefenso y pequeño, así sea un pajarito.

De cómo llegamos a ser adultos

Estamos muy lejos de aquellos días de nuestra infancia cuando cualquier bosquecillo estaba poblado por seres milagrosos: animales cuyos nombres desconocíamos, y –a la par con ellos- los duendes, sirenas, brujas y otros bichos malignos. Los cuentos han perdido todo su poder sobre nosotros, todo el encanto del enigma…

Y cómo conocemos el mundo circundante

Conociendo la naturaleza, inevitablemente nos vamos conociendo a nosotros mismos.

Todo ello da un poco de tristeza porque cada año hay menos personas capaces de maravillarse ante nuestro entorno natural, y mediante las palabras, música o escultura contagiar a la sociedad con lo que ven ellos a través del prisma de su talento.


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