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CUENTOS DE NAVEGANTES


Este cuento es para crear una Cadena de la Memoria, para que no sean olvidados los 27 millones de ciudadanos soviéticos asesinados, torturados, quemados vivos, muertos de hambre, víctimas del exterminio a manos del fascismo alemán. Hoy por hoy, más que nunca, se debe hacer cuanto sea posible para que el mundo no olvide el aporte de la URSS, hecho a costa de grandes sacrificios, a la liberación de Europa del horror nazi.

Trezorka. Historias del sitio de Leningrado (San Petersburgo)

Autor: Mijaíl Zaskalko Blog: FPP (Fuerza del Pensamiento y de la Palabra)

A mediados de los años 60, en Leningrado, distrito Pargolovo, estaban demoliendo casas de madera para despejar el sitio y urbanizar el sector, levantar nuevos edificios residenciales para la población de la ciudad siempre creciente. En el patio de una casa ya deshabitada, los obreros descubrieron un objeto curioso: un montículo con una modesta losa pequeña encima, y una foto pegada a ella, en la que se veía un perro con grandes ojos inteligentes, una especie de terrier tipo gozque con un ligero roce de galgo. El epitafio decía: “A nuestro gran amigo Trezorka (1939-1945) con gratitud de sus vecinos salvados por él”. Era evidente que la historia del sepulcro se remontaba al sitio de Leningrado por los nazis alemanes durante la Gran Guerra Patria, por eso decidieron no demolerlo sino buscar a través de las oficinas de registro a los antiguos habitantes del edificio.

A la semana llegó al patio un hombre canoso, despegó con cuidado la foto de la losa y les contó a los obreros de la obra en construcción esta conmovedora historia:

“¡Es nuestro Trezorka! Nos salvó a nosotros y nuestros hijos de la muerte de hambre. Voy a colgar esta foto en mi nuevo apartamento.

En otoño del 41 los suburbios hacia el norte de la ciudad estaban relativamente a salvo de los bombardeos de la artillería y la aviación enemigas, pues sus golpes iban dirigidos principalmente al centro histórico de Leningrado. No obstante, también allí había llegado el hambre, incluida aquella casa de madera habitada por cuatro familias, cada una de las cuales tenía hijos.

El consentido de todos era Trezorka, un perro avispado y juguetón. Pero una sombría mañana de octubre, no había nada que poner en su comedero, excepto agua, nada más. El perro se quedó un tiempo al lado, por lo visto, pensando algo. Y desapareció. Los vecinos sintieron cierto alivio: no debían mirar a los hambrientos ojos perrunos. No obstante, Trezorka no despareció del todo. Volvió hacia el mediodía, llevando entre sus colmillos una liebre muerta, atrapada por él. Fue suficiente para el almuerzo de las cuatro familias. Las menudencias, las patas y la cabeza se las habían entregado al principal proveedor…

Desde aquel día Trezorka traía sus presas casi a diario. Los campos suburbanos de las desoladas granjas colectivas eran abundantes en cultivos sin cosechar: en septiembre la línea del frente se había acercado a la ciudad. No había quien recogiera repollo, zanahoria, patata y remolacha de los bancales, por lo tanto las liebres se alimentaban de ellos a sus anchas y con plena libertad, multiplicándose descaradamente.

Todo el tiempo las familias cocinaban caldos con carne de liebre, las mujeres aprendieron a coser manoplas abrigadas de invierno con sus pieles, las intercambiaban por el tabaco con los no fumadores y el tabaco, por los alimentos.

Las salidas de caza de Trezorka señalaron otra ruta de salvación: los niños, con trineos, caminaban por los campos cubiertos de nieve y escavaban verduras. Congeladas y todo, pero servían para cocinar.

Nadie murió en aquella casa durante el sitio. Incluso armaron un árbol de navidad el 31 de diciembre y colgaron en sus ramas, junto con viejos adornos, los verdaderos bombones de chocolate, producto del trueque con los soldados de la retaguardia por una liebre atrapada por Trezorka.

Así fue como sobrevivieron al sitio. Ya después del Día de la Victoria, en junio de 1945, Trezorka, como siempre, partió por la mañana a cazar. Al cabo de una hora regresó al patio, dejando tras de sí una rastro de sangre. Había pisado una mina y explotó. Como era inteligente, presentía algo, al parecer, y alcanzó a saltar a un lado, por eso no murió en seguida. Murió en su hogar de siempre.

Los vecinos lloraban su muerte como la de una persona muy allegada. Lo enterraron en el patio y encima pusieron una pequeña losa, pero en el alborote del trasteo, la olvidaron…”.

Al terminar su relato, el hombre, emocionado, hizo una petición muy especial a los obreros:

“Si es posible, no vayan a construir nada sobre la tumba de Trezorka. Mejor siembren sobre ella un abeto, para que los hijos de los nuevos habitantes tengan un árbol de navidad en invierno. Como aquel día, el 31 de diciembre de 1941. En memoria de Trezorka.”

Los vecinos de un edificio nuevo que construyeron en el sitio ya están acostumbrados a un hermoso abeto alto que se alza al lado de una de sus entradas. Muy pocos de ellos saben que fue sembrado en memoria de un perro salvavidas y que gracias a él sobrevivieron dieciséis leningradenses.

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