ALEKSANDR KUPRÍN,
EL ÁRBOL DE NAVIDAD EN UNA GOTA
Recuerdo bien el árbol de Navidad de mi infancia: su verde oscuro a través de una luz deslumbrante y variopinta, el brillo y la refulgencia de las decoraciones, el cálido resplandor de las velas de parafina y, sobre todo, los aromas. ¡Qué picante, alegre y resinosa se sentía la esencia de las agujas de pino repentinamente encendidas! Y cuando traían el árbol de la calle por primera vez, empujándolo con dificultad a través de las puertas abiertas y las cortinas, olía a sandía, a bosque y a ratones. Al gato, con la cola parada como una trompeta, le encantaba este olor a ratón. A la mañana siguiente siempre se lo podía encontrar entre las ramas de abajo: pasaba mucho tiempo olfateando con recelo y esmero el tronco, empujando con la nariz las agujas afiladas: “¿Dónde se esconde aquí el ratón? Ésa es la cuestión”. Y la vela a punto de derretirse, parpadeando con una larga llama humeante, huele a hollín agradable en la memoria.
Los juguetes eran maravillosos, pero los de otros niños siempre parecían mejores. Apretando el regalo recibido contra mi pecho con ambas manos, al principio no lo miro en absoluto: miro seria y silenciosamente, ceñudo, el juguete de mi vecino más cercano.
Dima, el hijo del patrón, tiene un tren completo, con vagones de las tres clases, con una locomotora de vapor de cuerda. El hijo de la lavandera Vaska tiene un caballo de madera: la cabeza es gris, todo pinto con manchas oscuras, los ojos y el cuello son salvajes, las fosas nasales como brasas y, en lugar del cuerpo, hay un palo grueso. Ambos chicos están celosos el uno del otro.
- Mira, Dima -va diciendo la institutriz de cuerpo torcido, con voz agridulce, atormentada por la felicidad de otra persona-, aquí hay una ranura y aquí tienes la llave. Se debe empezar así: un-dos-un-dos... ¡Ooh! ¡Arrancamos y adelante!..
Pero Dima no mira el tren de lujo. No quita el ojo de encima de Vaska, que ya ensilló el caballo gris moteado, se azotó los pantalones con un látigo, y ahora el celoso caballo baila en el lugar, se enardece, relincha y de repente galopa ...¡a tontas y a locas! Mientras Dima sufre una catástrofe: un choque de trenes, los vagones caen a un lado, la locomotora se voltea ruedas arriba y las ruedas siguen girando con un ligero silbido.
- ¡Oh, Dima! ¿Para qué empujas la locomotora con los pies? ¿No te da vergüenza?...
- ¡No quiero esta locomotora de vapor, quiero el caballo de Vaska! ¡Dadle la locomotora y a mí, el caballo! ¡Quiero este caballo!
Pero el orgulloso Vaska hace cabriolas sobre el caballo con los brazos en jarra, y dice al desgaire:
- ¡Ve cómo eres! ¡Te quedas con las ganas!..
Qué más puedo decir, el árbol de Navidad es mágico y embriagador. Es embriagador, porque por las muchas luces, por las fuertes impresiones, la hora tardía, el largo bullicio, el ruido, la risa y el calor, los niños están borrachos sin vino y sus mejillas encendidas se ponen rojas.
¡Pero cuánto molestan los adultos! Ni siquiera saben jugar ellos mismos, aun así se inmiscuyen en todo: no se sabe qué corros, cancioncitas, caperuzas, juegos. Podemos arreglárnoslas bien sin ellos. Para colmo el tío Petia, con perilla y voz de cabra, sentado en el suelo debajo del árbol, a los niños a su alrededor les cuenta un cuento de hadas. No uno real, sino inventado. Oh, qué aburrido, incluso repugnante. La niñera sí sabe algunos de verdad.
Para los que puedan entender el mismo cuento en ruso y/o quieran disfrutar de la música de Chaikovski, este enlace: https://detterra.ru/liter/stories/elka-v-kapelke/?ysclid=m4di02lygu839276445
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