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“Fútbol y literatura rusa”

Actualizado: 16 sept 2019

Es muy difícil imaginar dos ocupaciones más distantes entre sí que el fútbol y la literatura. El escritor actúa solo; en el fútbol un jugador sin equipo no puede hacer nada. El escritor trabaja en silencio; los partidos de fútbol reúnen a miles y decenas de miles de espectadores que llenan el ambiente con su griterío. El escritor permanece inmóvil como un pescador, si acaso frota las gafas o rasca la nuca; de resto, se lo pasa sentado todo el tiempo, pendiente de su “flotador”. ¿Y qué hace un jugador de fútbol?

Aun así, hay muchos escritores que no se limitan a ver los partidos, sino que se enzarzan, extasiados, en largas discusiones sobre quién había marcado el gol decisivo en un campeonato de años atrás, quién de los jugadores es el más talentoso y de todo lo que tenga que ver indirectamente con el fútbol  —la política y la sociología futbolera.

No obstante, aun los escritores muy aficionados al fútbol prefieren escribir sobre otros temas: las relaciones humanas, historia, detectives, aventuras, guerras y sagas familiares. Mientras que de su deporte favorito… poco.

La prosa sobre el fútbol es muy escasa. Tan escasa que no alcanzaría ni para un libro. Y salvo unas cuantas obras, serían en su mayoría memorias y teorías, pronósticos y reportajes. En cambio, los poetas sí se mostraron apasionados por el gran deporte desde su llegada a Rusia. Recordemos cómo fue.

El 12 de septiembre de 1893, en cercanías de la estación ferroviaria de Tsárskoe Seló, durante el receso entre dos competiciones de ciclistas, se celebró uno de los primeros partidos de fútbol en Rusia. El “Volante de San Petersburgo” informó del suceso en tono burlesco: “Se anunció el intermedio. Durante este tiempo los señores deportistas entretuvieron al público con el juego al balompié (Football). Se habían inscrito veinte personas. El sentido del juego es que un equipo de jugadores trate de anotar un gol pateando el balón —con el pie, la cabeza, lo que sea menos con las manos— en el arco sobre el portero del equipo adversario. Los señores deportistas corrían por el barro, cayendo a cada rato por impulso de bruces, y muy pronto llegaron a parecer unos deshollinadores. La risa entre los espectadores no cesó un solo minuto…”. ¡Cómo cambió la actitud hacia el fútbol! Si antes se percibía como una bufonada, ahora es el objeto del orgullo o, por el contrario, de la vergüenza nacional que compete a las grandes ligas del poder.

El primer poema ruso relacionado con el asunto en cuestión se atribuye a Sasha Chiorny, escrito en 1910 y titulado “Corriente de aire”. Efectivamente, una estrofa describe el fútbol:

Se reunieron los muchachos del colegio,/ olvidando sus tareas de inmediato,/ y el bullicio del frenético juego / los echa a correr por el campo segado.

Durante un tiempo el fútbol se consideró en Rusia un juego extranjero y una diversión poco conveniente para un ciudadano de a pie. Al poco tiempo de su aparición en el país, se publicó un verso humorístico que invitaba a subsanar las diferencias entre la liga de fútbol de Moscú y el club de fútbol de los británicos residentes en esta ciudad:

Que no se pierda un instante, / no hay tiempo para la risa, / el club inglés, sin demora, / ¡debe firmar la paz con la liga!

Sin embargo, no faltaron algunos poemas entusiastas sobre el tema:

¡Fútbol!, ¡fútbol!/ El gol primero / se dispara al arco. /¡Qué orgullo!

Ósip Mandelshtam escribió dos poemas futboleros: “Fútbol” y “El segundo fútbol”, éste último, libre de alusiones alegóricas, ofrece un bosquejo del fluir cotidiano en una escuela militar cerrada:  

Un poco torpes, desmañados, / que es lo propio a sus años, / unos patean el balón, / otros protegen la portería.

En la figura de Nabókov, el escritor y el deportista son inseparables. En la universidad defendía la portería del Trinity College y más tarde, en Cambridge, vertió sus impresiones futboleras en su obra poética:    

¡Qué deleite de juego! En un césped ancho, / salpicado de camisetas, el balón es un ser vivo: / se enreda entre los pies, cual un relámpago torcido, / o bien vuela hacia el cielo, más sonoro que el disparo, / y salto yo, y con fuerza, le corto el raudo vuelo.

El cantautor Vladímir Vysotski dedicó una canción al legendario Lev Yashin con motivo de su partido de despedida de las estrellas del fútbol europeo:  

Y yo con la pelota en las manos, / el delirio de la hinchada alrededor, / muy mañoso, el goleador me la mandó, / no le gastes estas bromas, amigo, / solo alguien a mis espaldas suspiró.

Hasta el gran esnob Joseph Brodsky, en su verso “Desarrollando a Platón” (1976) dedicó al fútbol una estrofa:

Entretejo mi voz en un alarido salvaje, / el pie continúa lo que inicia la cabeza, / de las leyes que inventó el sabio Hammurabi / las más importantes son el saque de esquina y penalti.

El grande de los años sesenta Evgueni Yevtushenko relató en una entrevista cómo había debutado en la poesía gracias al periódico “Deporte soviético”:

Fue Seva Bobrov*, bañado en sudor, / quien me enseñó el brío de la audaz lengua rusa.

            Tardó nada menos que cuarenta años en escribir “Mi futboliada”, un libro de poemas que eleva el canto a este deporte. Tenía sus razones para ello: siendo muy joven, prometía llegar a ser un buen portero; atajó tres penaltis jugando por el equipo de muchachos “Burevéstnik” (Albatros). “Oh, decía el poeta, era otro fútbol. Tanta libertad la teníamos sólo en las noches, en la poesía y en el campo de juego”.

Seva Bobrov, famoso jugador de fútbol y hockey en los años sesenta.

En el siglo XX, los pintores soviéticos preferían representar a los jugadores de fútbol de forma realista, y lo demuestran los cuadros de Alexandr Deineka, Yuri Pímenov y Serguéi Grigóriev. Deineka confesó una vez que el tema futbolero fue lo que le había ayudado a encontrar su propio lenguaje artístico. 




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