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Manuscritos en llamas: libros quemados por sus autores


Tomado de: Kultura.ru – Literatura – Publicaciones de la sección de literatura

Autora: Elizaveta Lámova

El segundo volumen de “Almas muertas” es uno de los libros más famosos que nunca conocieron sus lectores. Sin embargo, Nikolái Gógol no fue el único escritor que arrojó a las llamas su obra. El miedo a ser perseguido, cambio de concepción, vergüenza por las obras escritas en los años mozos o desesperación, ¿cuáles fueron las verdaderas razones para hacerlo? Contamos aquí quiénes más fueron los que sacrificaron sus manuscritos y por qué.


Aleksandr Pushkin




“El 19 de octubre quemé el décimo canto”, dice uno de los apuntes de Aleksandr Pushkin sobre su novela en verso “Evgueni Oneguin”. Su continuación se perpetuó en forma de cuartetas “codificadas”: el poeta temía a los gendarmes. Mijaíl Yuzefóvich recordaba años después: “Él [Pushkin] explicaba con muchos detalles qué ideas formaban parte de su concepto inicial, entre ellas, sea dicho de paso, el que Oneguin debía morir en el Cáucaso o unirse a los “decembristas”. No se sabe qué contenido había que tener el último capítulo. Los investigadores plantearon dos conjeturas: Oneguin viajaría por Rusia o Pushkin criticaría el régimen socioeconómico y al emperador sin sujeción al argumento.

El gran poeta no solo destruyó unos capítulos de “Oneguin”. A principios de 1820, tenía el propósito de escribir el poema “Los hermanos bandoleros” en cuatro partes y al cabo de un año, terminó la primera. En sus memorias Pushkin decía: “Un suceso real me dio el motivo para escribir este fragmento. En 1820, mientras estaba yo en Yekaterinoslavl, dos bandoleros, encadenados, cruzaron el Dnieper nadando, y se salvaron”. No obstante, el poeta desistió de crear un poema grande y destruyó los borradores de los futuros capítulos. En su carta dirigida a Aleksandr Bestúzhev el 13 de junio de 1823 lo explicó: “Quemé “Los bandoleros”, y bien hecho”. Restableció y recreó la segunda parte de la obra, la historia de un atamán y de sus dos concubinas, en “La fuente de Bajchisarái”.


Fiódor Dostoyevski




En 1865, Fiódor Dostoyevski quemó una voluminosa versión de “Crimen y castigo”, narrada en primera persona por Raskólnikov. La intención del escritor se fue complicando, aparecieron nuevos personajes, y decidió desistir del género de confesión. En febrero de 1866, escribió a Aleksandr Vránguel: “A finales de noviembre ya tenía una gran parte escrita y lista; lo quemé todo, ahora lo puedo confesar… Me atrapó una nueva forma, un plan nuevo, y comencé desde el principio”. La nueva versión -relatada por el autor- incluía unos fragmentos de la novela inconclusa “Los borrachos” que describiría la historia de la familia Marmeládov.

Más tarde, ya en 1871, Fiódor Mijálovich destruyó los manuscritos de la novela “El idiota”, “El eterno marido”, así como los borradores de “Los demonios”. El escritor estaba de vuelta del exterior y tenía miedo de que se los confiscaran en la aduana. Su esposa Anna anotó en sus diarios: “Dos días antes del viaje, Fiódor Mijáilovich me llamó a su lado, me entregó unos paquetes de manuscritos de gran formato y me los pidió quemar. A pesar de que habíamos hablado de eso antes, sentí tanta lástima por ellos que empecé a suplicarle que me permitiera llevármelos. Pero Fiódor Mijáilovich me hizo recordar que en la frontera con Rusia, sin dida alguna, nos requisarían y nos quitarían los manuscritos que se perderían después, como habían desaparecido todos sus papeles en 1849, durante su detención”. La esposa del escritor logró salvar una parte de su archivo: le entregó un par de cuadernos a su madre que los trajo a Rusia unos meses más tarde.

Borís Pasternak




En el verso de Borís Pasternak “Es feo ser famoso” hay unas líneas: “No se debe iniciar un archivo / ni velar por los manuscritos”. El poeta quemó varias veces sus borradores. La primera vez fue en 1932, cuando se separó de la amada Evguenia Lurie. El poeta arrojó a la chimenea la novela “Tres nombres”, casi terminada, pues llevaba trabajando en ella desde 1918. Se conservó apenas la primera parte de esta obra de las cinco que tenía: “La infancia de Liuvers”. En 1922 se publicó la novela sobre la maduración de la niña Zhenia. En una nota enviada al editor Viacheslav Polonski, el poeta puso lo siguiente: “Decidí escribir como se escriben las cartas, apartarme de lo moderno: descubriendo al lector cuanto pienso”.

La segunda vez fue en 1942: Pasternak destruyó el borrador del drama de guerra “Este mundo”, escrito mientras vivió como evacuado en la retaguardia. Según el argumento, el ejército soviético había dejado una población situada en la frontera, mas sus habitantes resolvieron no rendirse al enemigo. Sus protagonistas fueron personas que antaño habían sido “enemigos del régimen estalinista”. Innokenti Dudórov, un intelectual ya mayor, organizó un movimiento de resistencia, mientras que la alemana Grunia Frindrich, sin ninguna afiliación política, repitió la hazana de Zoya Kosmodemiámskaya e incendió las casas en que pernoctaban los soldados alemanes. La idea de Pasternak era mostrar cómo los personajes “expiaron los pecados” que habían cometido antes de la guerra. El drama fue destruido un par de meses después de su finalización: temía una posible recriminación.


Mijaíl Bulgákov




El borrador de “El maestro y Margarita” y de “Notas de un difunto”, dos volúmenes de “La Guardia Blanca” y el diario personal: Mijaíl Bulgákov quemó todo eso en la noche del 18 de marzo de 1930. Un día antes, el escritor se enteró de que el Glavrepertcom (Comité de Repertorios de la URSS) prohibió el montaje su nueva tragedia sobre Moliére “Cábala de santurrones”. Los burócratas la proscribieron por considerar que Bulgákov trazaba una analogía entre la tiranía del régimen monárquico y el socialismo en el caso de la posición del dramaturgo.

Bulgákov veía en aquella obra teatral la única posibilidad de arreglar sus asuntos financieros: sus obras no se ponían en escena desde 1929, por lo tanto, no recibía honorarios. En su carta al Gobierno de la URSS del 28 de marzo de 1930 escribió: “Desaparecieron no solo mis obras anteriores, sino también las presentes y todas las futuras. Yo mismo, con mis propias manos, quemé en la chimenea el borrador de una novela sobre el demonio, el de una comedia y el inicio de una segunda novela “Teatro”. Solo se salvaron dos cuadernos con el manuscrito de “El maestro y Margarita”, los que en 1932 motivaron al escritor a recuperar el texto. En cuanto a “Notas de un difunto”, el escritor retomó esta novela años más tarde, en 1936, aunque esta obra quedó inconclusa.


Anna Ajmátova




Anna Ajmátova comenzó a escribir a los 11 años, pero sus primeros versos no se conservaron: la poeta destruyó la mayor parte de sus obras líricas más tempranas. Recordaba más tarde: “¡Dios mío, qué versos tan vergonzosamente malos escribía yo! Hace poco los releí, pues quería dejar algunos para recordar. No, ninguno puede ser. Todo es pésimo. No es lo mío, es ajeno a mí, lo común, lo que escribían unos autores de tercera o cuarta”. Sin embargo, desde mediados de los 30, Ajmátova fue quemando lo escrito no por avergonzarse por su calidad, sino por temor de una requisa y detención. En 1934 comenzó el poema autobiográfico “Réquiem” que expresa los sentimientos de las madres y esposas de los “enemigos del pueblo”. Justamente hasta la primera publicación en 1963, esta obra se conocía solo oralmente: los cercanos amigos de la poeta la aprendían de memoria.

“Anna Andréevna, cuando venía a visitarme, me declamaba algunos versos de “Réquiem”, también en voz baja, en un susurro, pero en la casa propia, Fontannyi dom, no se atrevía ni siquiera a susurrar. De repente, en medio de la conversación, se quedaba callada y, señalando con la mirada el techo y las paredes, tomaba un pedazo de papel y un lápiz; después pronunciaba en voz alta alguna fórmula social: “¿Quiere un té?” o “Se ve muy bronceada”, después anotaba algo en el papel rápidamente y me lo entregaba a mí. Yo leía el verso y, al memorizarlo, se lo devolvía a ella sin decir nada. “Por estas fechas llegó temprano el otoño”, decía Anna Andréevna y encendía el fósforo para quemar el papel con el verso encima del cenicero”.

Lidia Chukóvskaya, “Notas sobre Anna Ajmátova”

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